Centre Sukha

Si en tu infancia, de pequeño casi nunca te hicieron caso, es lógico que ahora te cueste abrirte. No es que tengas “un problema”, ni mucho menos: es la marca que dejan los silencios en lo que parecía seguro decir y lo que no. Algunos recordamos algunas escenas al llegar a casa del cole, intentas contar algo y la respuesta es un “ajá” distraído mientras alguien mira el móvil o recoge la cocina. No hace falta una bronca para aprender a callar; basta con esa sensación de hablar al aire. Pero si además del silencio tienes una crítica a tu opinión, las cosas se agravan más y el niño se va encerrando en sí mismo.

Años después, el cuerpo tira de memoria: miedo a “dar la lata”, dificultad para mantener una conversación con fondo, la idea tozuda de que lo que dices no pinta gran cosa.o recoge la cocina. No hace falta una bronca para aprender a callar; basta con esa sensación de hablar al aire. Pero si además del silencio tienes una crítica a tu opinión, las cosas se agravan más y el niño se va encerrando en sí mismo.

La psicología del desarrollo lleva tiempo estudiando esto, pero no hace falta saber las teorías para intuirlo. La relación con quienes nos cuidaron no fue un episodio suelto, dejó una tendencia clara. No es destino, ojo, pero sí un sesgo. En casas donde había hueco para preguntar, escuchar y parar un momento, es más fácil que, ya adultos, no vayamos por la vida con el escudo en alto. En ambientes donde hablar equivalía a obedecer o a no molestar, uno aprende a encoger la voz para esquivar la vergüenza o el conflicto. Igual te ha podido pasar: te manejas sin problema en lo superficial, trabajo, recados, bromas, pero cuando toca hablar de lo que te afecta, te salen frases a medias o te refugias en un “bah, da igual”, esto podría ser una de las consecuencias por una relación no muy calidad en tu infancia. 

infancia

Imagina una tarde cualquiera. Una niña vuelve del instituto con ganas de contar una anécdota con su amiga, saca el tema y, antes de llegar al meollo, la interrumpen: “pon la mesa, que vamos tarde ya”. No hay mala intención; simplemente no hay tiempo. Repite esa escena unas cuantas veces y aprenderá que abrirse no compensa, que lo que tiene que decir no es importante. De adulta, lo nota en detalles: la mandíbula apretada cuando quiere decir algo, la mirada que esquiva, las manos inquietas. Luego se va a casa con esa soledad rara: estás con gente, sí, pero sin poder estar del todo. Esta podría ser otra consecuencia. 

Esto tiene su porqué. Si estás acostumbrado a que cuando has intentado profundizar en sus sentimientos u opiniones te han instado a guardarlos, ahora es normal que no quieras mostrárselos con facilidad a las demás personas. Esto afecta a la seguridad. Cuando un adulto está y responde, acercarse no da miedo, cuando falla, el cuerpo aprende a cerrarse o a aferrarse. Por último, la práctica. Nombrar emociones, negociar desacuerdos, arreglar un malentendido… no se improvisa; se entrena en cada situación nuevo. Si no hubo ensayo, no te falta capacidad: faltan herramientas que nadie te enseñó. Y aun así, conviene matizar mucho: hay personas que, habiendo crecido en ambientes secos, han desarrollado una capacidad asombrosa para escuchar y tejer vínculos; y otras, con familias muy habladoras,

que ahora evitan la intimidad. No todo encaja siempre en el mismo molde y cada uno vive las situaciones bajo su prisma individual e entendimiento. 

Mirar atrás no va a señalar culpables. Sirve para entender de dónde vienes y decidir hacia dónde quieres ir. Decir “aprendí a callar porque allí era más seguro” no es una excusa, lo hacías de forma inconsciente y ahora lo puedes ver de forma consciente, es honesto describir lo que pasó y el primer paso para cambiarlo. Aquello te protegió; simplemente, hoy quizá se queda corto para la vida que quieres.

¿Se puede cambiar? Sin duda si. Empieza por localizar cuándo te cierras: con quién, en qué temas, a qué hora, que es lo que te da miedo. Escríbelo en una nota del móvil si te ayuda. Fíjate en el cuerpo: la mandíbula, la mirada que se va, ese nudo en el estómago. Detectarlo a tiempo te da margen. Después, prueba pequeñas aperturas con gente de confianza, rodéate de gente que no te haga de menos. Y prueba de explicar tus experiencias, primero esfuérzate en explicarlas y aunque te veas extraño trata de hacerlo cada vez que los ves, poco a poco se irá haciendo un hábito y lo acabarás haciendo de forma inconsciente y formará parte de tu vida normal. 

La reparación es un arte, no hace falta buscar conversaciones perfectas, seamos flexibles con nosotros mismos, simplemente estemos en ese momento y tratemos de observar nuestros juicios sin hacerles caso. La confianza no nace de no fallar, sino de mostrar que sabemos volver una y otra vez a tener conversaciones, aunque nos cueste al inicio. 

Evidentemente la terapia puede ayudar mucho. Da igual si te suena más el enfoque de apego, el trabajo con esquemas o la compasión, un espacio seguro donde alguien escuche sin prisas es, para muchos, la primera experiencia verdadera de “me dan sitio”. No es magia ni dependencia, es una práctica guiada y estructurada para poder ser más efectivo en nuestro trabajo interno. Descubres que puedes decir “no” y emocionarte sin que se derrumbe nada. Y eso, poco a poco, lo llevas fuera: a la pareja, a las amistades, al trabajo, a toda tu vida diaria. 

Como decíamos también viene bien cuidar cómo te hablas. Cambiar el “soy un desastre comunicando” por “estoy aprendiendo algo que nadie me enseñó”, te baja la culpa y te permite actuar. pero muchas veces no podemos controlar ese pensamiento, por lo tanto simplemente podemos optar por no hacerle caso o hacer todo lo contrario a lo que nos diga ese juicio. Por ejemplo: “Lo que voy a decir no tiene ningún valor” entonces explicó lo que quiero decir optando por llevar totalmente la contraria a mi juicio y descubrir con la práctica que ese juicio ya no tiene ninguna función en mí y se quedó obsoleto. 

Hay familias que, por su historia, no pudieron dar conversación ni lugar. Asumirlo puede doler, pero libera mucho. Te permite dejar de perseguir la charla perfecta con quien no va a dártela, aceptar esto y construirla con quien sí está. Elegir relaciones que te escuchen y den un lugar es lo que probablemente ayuda más. 

La investigación, por cierto, respalda este puente entre lo vivido y lo que hacemos en la actualidad. Simpson y sus compañeros (2007) relacionaron los estilos de apego con la manera de expresar y regular emociones en la pareja cuando son adultos. Y el trabajo de Waldinger y su equipo (2016), tras décadas de seguimiento, apunta a que un clima familiar

cálido en la juventud se asocia después con mayor seguridad e intimidad más sanas. Los estudios no señalan algo que es blanco o negro, pero nos indican una tendencia clara. 

La buena noticia es que no elegiste el guión con el que empezaste esta vida (o quién sabe, quizás si lo hiciste), pero puedes reescribirlo. Con algo de paciencia y buena compañía, la historia que te enseñó a callar o a tratarte mal, puede convertirse en el empujón que te enseñe a conectar de una forma más profunda con la vida. 

Preguntas frequentes

Sí. Con práctica, apoyo adecuado y pequeñas aperturas con personas de confianza, es posible desarrollar nuevas formas de comunicarte y sentirte más seguro.

Mucho. Entender de dónde vienen tus patrones te ayuda a elegir nuevas respuestas y construir relaciones más sanas y conscientes en el presente.

Las heridas silenciosas de la infancia y su eco en la vida adulta

En Centre Sukha exploramos lo desconocido y te ayudamos a superar los problemas con éxito aprendiendo de todo el proceso.

ISSN: 2938-1541

Psicóloga Esther Boada Martos
ISNI 0000 0005 0960 8001 | CEO at Centre Sukha

Fundadora y directora de Centre Sukha con Núm. Colegiada: 24465 por el Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya.

Durante su carrera profesional se ha enfocado en trabajar con diferentes problemáticas como trastornos de ansiedad, trastornos alimentarios, TDAH, bullying, problemas de conducta, traumas, problemas de autoestima etc.​ Especialidades: Psicóloga General Sanitaria · Terapeuta EMDR · Especialista en Trastornos Alimentarios y Obesidad · Especialista en TDAH (infanto-juvenil y Adultos).